-Autores: Llanos Flores Madrona y Antonio Herrera García.
-Año: 1998.
-Ubicación: Plaza del Altozano.
-Material: Bronce.
-Descripción: Figura sobre pedestal que representa a un cuchillero con numerosas navajas y cuchillos en su mochila. De ahí el nombre más exacto de “mochilero”, oficio tradicional de venta ambulante, especialmente en los trenes que paraban en la estación de Albacete, desde la llegada del ferrocarril en el año 1855. La figura porta vestimenta tradicional de principios del siglo XX. El cuchillero sostiene en su mano derecha una navaja típica Albaceteña, mostrándola a las personas que cruzan por el Altozano.
-Desde dentro: Poesía "Navaja y navajero" (del libro “Feria de Albacete. Una poesía para cada día"):
Siempre quise tener una, desde que era crío,
que cortara el viento y tallara el aire como un silbido
y así la encontré, aquel día 7 de septiembre,
el mismo puesto y la misma gente.
Extendí la mano hasta cogerla,
la clásica, la de toda la vida, la que yo quería.
La abrí suavemente entre mis manos,
y mientras se hacía la dormida,
tendida en mis dedos asustados,
supe levemente que era mía.
Forjada por manos artesanas,
manos marcadas como el acero
que afilan y graban con esfuerzo
lo que un día quise y ahora tengo.
Cabo de toro,
astifino, ensangrentado y sirviente,
hoja de acero,
temerosa, engalanada y valiente,
pasador y muelle de latón,
austeros y aguerridos los dos,
corto el rebajo resplandece
cierra la navaja y embellece.
Pasaron años desde aquella tarde,
siempre la llevé conmigo,
me dio de comer,
supo serme fiel,
talló un camino a seguir
siempre dispuesta a servir.
Grabó mi nombre en la madera
y salvó mi vida la primera.
Hoy soy yo el navajero fiel,
el que sirve a otros
dejándose la piel.
Ahora yo imagino la navaja,
la tallo, corto y afilo,
para que otros cumplan como yo cumplí,
el sueño albaceteño, que me hizo tan feliz.
Siempre quise tener una, desde que era crío,
que cortara el viento y tallara el aire como un silbido
y así la encontré, aquel día 7 de septiembre,
el mismo puesto y la misma gente.
Extendí la mano hasta cogerla,
la clásica, la de toda la vida, la que yo quería.
La abrí suavemente entre mis manos,
y mientras se hacía la dormida,
tendida en mis dedos asustados,
supe levemente que era mía.
Forjada por manos artesanas,
manos marcadas como el acero
que afilan y graban con esfuerzo
lo que un día quise y ahora tengo.
Cabo de toro,
astifino, ensangrentado y sirviente,
hoja de acero,
temerosa, engalanada y valiente,
pasador y muelle de latón,
austeros y aguerridos los dos,
corto el rebajo resplandece
cierra la navaja y embellece.
Pasaron años desde aquella tarde,
siempre la llevé conmigo,
me dio de comer,
supo serme fiel,
talló un camino a seguir
siempre dispuesta a servir.
Grabó mi nombre en la madera
y salvó mi vida la primera.
Hoy soy yo el navajero fiel,
el que sirve a otros
dejándose la piel.
Ahora yo imagino la navaja,
la tallo, corto y afilo,
para que otros cumplan como yo cumplí,
el sueño albaceteño, que me hizo tan feliz.
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